jueves, 7 de diciembre de 2017

Macuilxóchitl. Héctor D’Alessandro


De entre las grandes ramadas que bordeaban los cinco cerros, abriéndose camino entre arbustos, matas y grandes conjuntos arracimados de flores multicolores, emergía, cada mañana con grandes pasos que anunciaban su paseo luminoso, un racimo de dioses en sandalias, sembraban la tierra con indelebles marcas de donde brotaba la luz de los destinos. Macuilxóchitl, niño, se descolgaba del grupo para entretenerse embobado con el vuelo de una abeja que le hablaba con susurrante tino. El rayo, ahora lejano, envuelto en el terciopelo de las nubes, abría sendas en lo alto y mantenía, en esta hora, comunicación con la luz en el niño. Bajando a retozar en las aguas, rascaba con fruición las plantas de sus grandes pies sobre la gorda arena removida y secreta. Era la hora de la emanación. Brotan, siglos después, en ese momento coordinado con el épico calendario monumental en cuyo arco de movimiento perpetuo se orquestan las manifestaciones, susurros de humedad del cielo y de vapores de la tierra, formas arquetípicas que configuran los destinos. Ahora viven los hombres sobre Macuiltepec, viven hombres a la orilla y en el centro de Tlalmecapan; trasiegan sus mercancías y sus pensamientos por las empedradas callejas de Xallitic; van y vienen con sus cosas, caminando sobre piedras incorruptas y sigilosamente enterrada por Techacapan —un brote mayúsculo de esas piedras esconde, entre sus riscos anudados en la oscuridad de lo subterráneo, una historia que está por brotar, pero que, para ello requiere de ciertos conjuros que  duermen en la cabeza del dios, entre nubes de milenios, y se agita al claror de algunos de los señalados rayos— y por último entre las sombras de antiguas fieras que continúan caminando eternamente por la noche hasta antes mismo del alba, Tecuanapan esconde el ritual secreto del salto por encima de la propia sombra. En un códice oculto aunque públicamente exhibido, está la fórmula, escondida entre las grietas de piedra de una de las ingles de un león.
Antes de que llegaran los hombres que siempre desean estar en otro lado que aquel en el que se encuentran, los habitantes de Xallitic compraban pescado traído por transportadores que realizaban largos trasiegos desde el mar, recorrían los habitantes el centro del arenal; recorridos en su firme anatomía por las caricias del dios del sol que marcaba sus pasos con señales veloces y cambiantes. Macuilxóchitl, niño, andaba removido y juguetón entre las gentes antiguas y cabezonas, unido a la mente de su padre, todo el ancho de su visión estaba colmada de imágenes etéreas, luminosas y brillantes de las cuales brotaban y cesaban, de continuo, destinos y azares, herencias y cumplimientos a término. En esta arcadia impoluta brotaban los sentimientos sinceros y se cumplían sin postergación los destinos —eso que nunca entendieron los hombres vacíos que llenaban sus mentes del arbitrio de lo presente, los que nunca quieren vivir en ahora sino en lo que están pensando para mañana: anochecer, sombras, lluvia torrencial, mutar perpetuo de una naturaleza de flores envolventes. Por eso los llamaron “hueros”, esa palabra que aprendieron de ellos mismos, —“huecos” por dentro, “vacíos” a pesar del incesante remolino vibrante de la emoción que vino a poblar los senderos y los cruces de caminos y las casas bajas, para que rindieran el último de los exámenes del tiempo otorgado.
Posa su pequeño pie envuelto en la sandalia, Macuilxóchitl, niño, su cuerpo de tierno bronce se mueve con el amor de una alas que lo impulsaran; la marca de su paso está dada por la ausencia de aromas a su alrededor; si alguien pudiera entrar en su ámbito, comprobaría, de propia nariz, que viene, procedente del aliento del infante, una aroma antiguo, de más allá de los horizontes que fueron dejados atrás. La ceniza de volcán está presente en ese aliento, matizada por el dulce elixir que brota de la carnecita fresca de la garganta de un colibrí. La sulfurada sequedad absorbente del talco en la axila de los dioses mayores se derrama junto a la supuración sacrificial de las rosas en el crepúsculo. Xallapan. Días como piedras se sucedieron para la creación de estos olores. Dos hombres se disputan la pertenencia de un pescado y Macuilxóchitl, el niño rodeado de la ausencia de aromas, con su presencia provoca un vacío absorbente que calma el ámbito. La música cristalina de las piedrecillas agitadas por el torrente eterno, se detienen, el sol sonríe con cuatro rayos. Una señora que prepara las tortas, se aleja a una zona de arbustos a levantar la falda y regar la tierra. Cantan las hierbas en murmuración perpetua, recogen el amor de la orina. El vacío se ha terminado de crear en torno del niño dios de las flores, el pescado cambia de mano. Todo entra como en un trance palpitante donde la tarde espera agazapada para realizar su continuación. Los hombres siguen con su tarea de vivir; y más allá, bajando, como a tres cuadras, dos adultos cuidan de unos niños que juegan con pelotas y con cántaros. ¿Habrá horizontes detrás de los horizontes?, dice uno de ellos, que no se protege del sol en esta hora. No se les ocurre pensar que de allí llegarán un día los hombres huecos por dentro.
La tierra está marcada por los pasos de los dioses, en su paseo matutino entre los hombres; hollada por memorias de las cuales emergerán un día destinos, la tierra, alborotada, canta albricias porque la llenan de tareas, esos pasos.
Los hombres huecos por dentro que nunca quieren estar donde están, no saben, cuando caminan, por donde caminan; creen que han creado el camino con su caminar. No honran el camino para que les otorgue permiso para su nuevo caminar, que entonces, sin concesión, deja de ser nuevo, pertenece a lo oculto que se encuentra entre las piedras sumidas en lo oscuro en Tecuanapan. Poseídos como están de la fiebre del martirio, no ven cómo lo crean con cada una de las marcas de sus plantas ofendiendo a la tierra.
¿Habrá horizonte detrás del horizonte? Canta la piedra, metidos en el fondo de su inteligencia pétrea hay mensajes que se convierten en músicas de la tarde cuando chocan aventadas por los niños. ¿Habrá piedra en la piedra?
A esa hora, de lo alto de los cerros llega a jugar con ellos aquel niño dios a cuyo lado si te quedas quitecito y oyes el barbotar de los siglos semeja a acercar el oído a una caracola de las que traen los transportadores desde la orilla del mar. Les gusta jugar a esa hora; si detienen sus brincos y sus gritos alborozados y miran alrededor, todo el contorno de los cerros y las vastas extensiones los abraza y les regala la felicidad de estar en el hogar.
Choca la piedra contra la piedra y canta en el claro del terreno bajito, corre el niño dios y corren los dioses niños; arrastran sus pies, nuevos como flores recién mojadas por la lluvia y solo los detiene el diálogo horizontal y aéreo de las abejas que pasan apuradas a llevar nuevos recados de fecundación.
Atrás quedan los vapores últimos del enojo por unos pescados, una sombra en la mañana que adorna con sus voces el fondo músico y brillante de un discurrir eterno y quieto en el núcleo del reloj perpetuo.
Un día, un hombre con sombrero de paja llegará hasta ese sitio y renovará el pleito, caminando por allí como quien crea el camino con sus pasos. Antes, habían soplado los vientos de los pleitos de las tribus que procedían del norte y que ejercieron, con su dominación pétrea, la fuerza de sus razones. En el fondo del arco de los tiempos —solo medidos por los hombres— hay dos semillas doradas que se oponen y en entrabada lucha se germinan mutuamente, a veces se olvidan del amor que las motoriza. En la batalla hay un escondido amor; en la trabazón de las razones, hay un escondido amor; en el agua que desgasta la piedra y en la piedra que se le opone, hay un escondido amor; en la muerte que llega divertida a segar el tiempo, hay un escondido amor. Sólo el corazón de los hombres impide a veces que el agua de la eternidad y que brota del dolor, lo desgaste un poquito cada día para que brote el escondido amor. En el centro del amor, hay otra cosa, sin nombre y con fuerza propia, que brota, más allá del horizonte del amor. ¿Habrá horizontes más allá del horizonte?
Macuilxóchitl juega con los otros niños; su entretenimiento es una danza y un dibujo que avisa a los siglos venideros. La eternidad se vale de los niños para lanzar las saetas de sus mensajes. Y de las flores para suavizar la tarde cuando el dolor arrecia. Ellos no lo saben porque viven inmersos en ello, habitan una ciudad que es de las flores y que marca con su ciclo tenue el ritmo y el anuncio de una vida acolchada frente al embate del Tiempo Mayor. Bendecida en su origen, mira a otros lados y se pregunta que habrá detrás del horizonte.
A orillas de un lago cercano, dos hombres de la guerra se arrancan de las bocas unos besos que son pétalos y se penetran a esa hora con el asta de su carne, con energía, fuerza y pasión, hasta caer rendidos y estallar en risas, la boca y las oquedades llenas de la leche que atraviesa los siglos; la tierra se deja mojar y tiembla como la manta sacudida por las señoras en la mañana. Unas risas ponen entre paréntesis la prosa del atardecer, y le dejan su rúbrica al goce del dios que en ellos habita y que no han olvidado.  
Todo el ámbito se llena de la emoción que olvidan los hombres entre las piedras, sobre el agua, al lado de la arena, en los recovecos entre las casa; la felicidad es lo único eterno.
Pone la tarde, con la ayuda del sol, una alfombra de sombras frescas en las que va entrando poco a poco el vientecillo con el permiso de los dioses de cada sitio; llamado por su padre, y por las señales de ese camino de incipientes sombras, regresa Macuilxóchitl, en compañía de los otros dioses, camino tras camino, paso tras paso, en la vuelta a la cima para pasar otra noche de concentración en el útero cóncavo de la eternidad, caminan para el Macuiltepec que se abre y se cierra como una caverna muelle y tupida que guía su camino a la Gran Concentración. En la noche de los dioses se vive con intensidad y se une de nuevo el cuerpo manifestado con el Tiempo Mayor. Allí entra y sale de continuo el susurro que viene de la boca de las nubes —grandes contadoras de anécdotas chistosas— y se dejan, tras cada jornada, cociéndose en el gran fuego interior, los rescoldos de las memorias de la tierra y de la vida de los hombres.
Abajo, en el agua en la arena, duerme el corazón y se mantienen calientes las tortillas; en un punto lejano que se puede tocar con el solo alcance del dedito de ese niño dios, se agita y baila una llamita en una casa o en un patio. Avisa al caminante nocturno que, más allá del horizonte, puede haber otros horizontes, pero aquí hay una llamita muy vivaz que palpita con la fuerza de la Vida Mayor.
Mañana en la mañana, se avivará el suelo, arremetido nuevamente por el sol, se erizará de sequedad en tortas de barro secas que se cerrarán como bocas que brotan de la tierra, besando los pasos de quien camina. El niño dios saldrá a recorrer el ámbito y a dejarse acariciar por sus flores; seguirá caminando con sus zapatillas de gran talla de dios, seguirá caminando en espera de que alguien rinda el tributo debido a la alegría de vivir; harto de la muerte, harto de los temblores del miedo, alguien bailará para homenajear a los dueños creadores de la tierra que no creen haberla creado porque brotan de ella como otras flores y se regocijan en ser solo uno con las esas mismas savias. Alguien danzará para acabar, bajo el tamborileo de sus zapatillas en el suelo, con el día del Gran Terror. A las orillas de cualquier callejuela, alguien pondrá una vela por los dioses y mirándola dejarán que le broten unas lágrimas sin nombre, hasta que una vez escurrida esa primera capa de agua interior, brote del corazón esa fiesta innominada de donde salen la alegría, la creación y también las flores.
Al final del tiempo del Gran Terror, los hombres se mirarán como recién despertados por la mañana y se acordarán de que la felicidad es lo único que es eterno y de que bajo los suelos del gran Xallapan vive y hace temblar la sangre Macuilxóchitl.

Xalapa, en los últimos tiempo del gran Terror.
(P.S. Hacía tiempo que deseaba rendir este homenaje a la ciudad de Xalapa; continuará con otras creaciones sobre la mitología que envuelve su grato, interesante e intenso origen. Mi propósito grande es "darle su lugar" a este momento histórico ineludible de la ciudad. Dedico este relato a Norma Angélica Portilla Reséndiz. Una heredera natural de los dioses que dieron origen a Xalapa.)

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Hipnosis Ericksoniana


Hipnosis Ericksoniana
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Constelaciones Trance

Constelaciones Trance
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Héctor D’Alessandro. Máster trainner & Certificador Internacional. Escuela  Internacional de Coaching de Xalapa. Xalapeños Ilustres 88, Centro, Xalapa, Ver.
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jueves, 16 de noviembre de 2017

Escuela Internacional de Coaching de Xalapa

Escuela Internacional de Coaching de Xalapa
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Programación Neurolingüística
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viernes, 10 de noviembre de 2017

El Coaching y las crisis del capitalismo tardío. Héctor D'Alessandro


Dice la profesora Diana Uribe en uno de sus excelentes videos de historia mundial en Youtube que la civilización china acabará ejerciendo cierto modo del poder en la totalidad del planeta,  debido a que su modo fundamental del pensamiento procede del taoísmo; justamente debido a esto es que el pensamiento dialéctico marxista prosperó en aquella geografía, con su esquema fácil y comprensible (así como emparejable  con el taoísmo) de la tesis, la antítesis y la síntesis a las que, en una ola dialéctica permanente, está sometido el devenir histórico.
Para el modo de trabajar con el propio cerebro —que no otra cosa es el “pensamiento”— propio del taoísmo, la plena potencialidad está allí siempre en la superficie de los objetos: un objeto o un evento puede devenir en un resultado o en otro diametralmente opuesto, y como deriva de esto, quien permanezca abierto a la múltiple potencialidad gana la partida. En Programación Neurolingüística se dice que quien domina la mayor cantidad de opciones, domina el sistema. El Occidente racional ha reducido esto a una conocida fórmula popular que se dice con bastante desenfado en las universidades, y es aquella de que “la información es poder”; hoy se puede afirmar que también constituye, no solo una fuente potencial de poder, sino una fuente potencial de inutilidad total.
En nuestra propia tradición creada de pensamiento occidental, la escuela de los sofistas y sobre todo Anaxágoras, es quien se hermana de un modo natural con la tradición oriental, concretamente china. Con aquella idea, convertida en máxima totalmente incomprendida de “el hombre es la medida de todas las cosas” que es rápidamente comprendida en nuestro paradigma como una fuente de poder para la raza humana. Cuando es solamente la capacidad de dar nombre a las cosas y a los eventos.
La actitud taoísta es o sería: dejemos que las cosas sucedan y luego veremos cuál es el nombre que decidimos para acompañarlas. Un auténtico judo mental por el cual, de la fuerza de las cosas, yo decido su definición para acompañar con esa misma fuerza a mi propio movimiento con las cosas y los eventos.
La doma educativa occidental ha convertido a las personas en unos seres supuestamente “pensantes” que se han dejado de lado la capacidad de espera magnifica a que las cosas se muestren. Quizás solo sean las clases políticas las que han mantenido en ejercicio esta posibilidad de acción del sistema nervioso. De ahí su constante cambio de discurso acerca de las cosas que es tomado como una suerte de cambio de principios por las masas adoctrinadas en un pensamiento que no es el de las élites. Al pueblo, a través de las escuelas de adoctrinamiento social se le enseña a pensar por razones y posibilidades racionales y de acuerdo, como máximo (pero esto en niveles universitarios) con niveles de análisis multivariados. Los modelos que contemplan la acción de un número amplio de variables, que se cruzan para producir redacciones interpretativas, no nos acerca ni mucho menos a un modo de vivir en el que nuestros modos de pensar estén en relación de congruencia con nuestros modos de vivir.
Este entrenamiento social del pensamiento está en la base del ponderado deseo de éxito que nos lleva a una incómoda presencia en cada una de las etapas de nuestra vida, logrando así que las personas no estén nunca contentas donde están y quieran estar en otro lado.
En la famosa novela “El hombre que se enamoró de la luna”, de Tom Spanbauer, cierto personaje indígena estadounidense declara no soportar a los hombres de raza blanca, por no estar nunca aquí sino pensando en algo que van a hacer.
Dicho en términos zen, que es la escuela que nace en China de la original combinación del tradicional taoísmo con el budismo que venía de la India, utilizan la cabeza, los occidentales, para llenarla de contenidos. Y olvidan vaciarla para que nazca el mundo lleno de potencialidades.
En el ámbito espiritual, por ejemplo, a veces una persona, aquejada de graves enfermedades o al borde ya de la despedida final por el accionar de la propia edad senil, visita, con su ordenada mente racional llena de contenidos interpretativos y regidos estos de acuerdo a objetivos, a algún tipo de maestro para que lo “sane”, y resulta que la sanación mejor es que muera ya de una buena vez, en paz.
Los parientes del cliente, en caso de que sean los motivadores de tal extraño tipo de visitas, hay un normal deseo de que la persona continúe viva, pero no para sí misma, sino para ellos. Con esos contenidos consultan. Y se enojan y buscan la garantía, como si su pariente fuera una lavadora o algún otro tipo de electrodoméstico. La vida y la muerte son inevitables; y la muerte y los sucesos negativos, como parte de la vida, también.
Recuerdo un proceso de “sanación” de un hombre hace ya unos veinte años, que, en su caso, implicó más y más y más pérdidas, la ruina total y la recuperación por su parte de todas sus fuerzas dormidas para volver a vivir con fuerza y dignidad. No era yo quien guiaba su proceso, pero recuerdo que el maestro que lo hacía, de quien yo era alumno, lo guiaba con energía y límites precisos y sin ceder ni un ápice durante los momentos más duros en cuanto a exigencia.
Aquel hombre era un agente de bolsa y estaba acostumbrado a un tren de vida descomunal; tenía varios coches, un apartamento de trescientos metros cuadrados en una importante ciudad española, una esposa valorada por lo bella que era y por su honrosa procedencia social; con ella tenía dos hijos pequeños y el hombre se gastaba miles y miles en cocaína para poder mantenerse en el nivel de auto exigencia que se había impuesto. Por esos años se había producido un famoso crimen múltiple, en el cual otro empresario, muy adinerado, quebró y al verse en la ruina, no se atrevió a confesarle la situación real a su esposa, decidió en cambio tomar y tomar dinero de sus clientes hasta provocar un agujero financiero insostenible equivalente a unos treinta y seis millones de euros. Ahogado por el sofoco monetario y sin valor para confesar a su mujer la situación, mató a su joven y bella mujer y a sus dos hijos de no más de diez años de edad. Esta anécdota, obraba como una maldición, entre muchos integrantes de la clase alta española que, como nuestro conocido, se veían en la bancarrota.
Aquel hombre, en cambio, optó por la vida y se fue a ver a nuestro querido maestro. No conozco los pormenores, absolutamente privados, del trabajo que realizaron juntos, pero sí sé que aquel hombre durante meses, casi un año, envejeció y rejuveneció varias veces, fue viendo su declive, comenzó a aceptarlo, abandonó ciertos consumos nocivos, afrontó con valor la vergüenza que él experimentaba y confesó a su mujer la situación a la que se verían enfrentados. La mujer lo abandonó y se llevó a los niños, sacó de algún reservorio que tenía guardado toda una serie de recriminaciones, dolor, rabia, juicios, denuncias y ofensas y se las echó a la cara y, a pesar de ello, él no murió ni se abandonó, solo respiró profundamente y cada día enfrentó el hecho de presentarse a nuevos juicios, vender objetos hasta ahora preciados, deshacerse de la utilería que constituía su vida hasta ese momento. Y en las sesiones colectivas de la enseñanza, en las que coincidía con él, lo veíamos cómo cada día le costaba más intentar aquella máscara a la que nos había acostumbrado desde que lo conocíamos, por la cual “todo iba bien”, su rostro se llenó de dolor, de un dolor que parecía iba a destruirlo y en algún momento hizo el famoso “click” por el cual rompió definitivamente su identificación con todo aquello que le sucedía y entregó el tráfago de eventos al rio poderoso de la vida para que lo arrastrara y se lo llevara en su potente cauce. Rompió en definitiva con los contenidos y con las expectativas subsecuentes. Se marchó a vivir a un apartamentito modesto en un barrio popular de su ciudad donde llenó, los armarios y varias cajas, en su mayor parte, con toda su ropa lujosa, elemento central de su disfraz social que le permitía en otro tiempo abrir las puertas y los contactos necesarios. Comenzó a pagar sus deudas multimillonarias. Para negociar esos pagos le fueron muy útiles sus capacidades vivas de negociador, solo que ahora no engañaba a los otros y sobre todo no se engañaba a sí mismo.
Había sido, dijo en una sesión colectiva inolvidable —para mí—, un miserable con ropa y coches caros. Y ahora, reunido con un heterogéneo grupo de personas de las más diversas extracciones sociales, confesaba con mucha sinceridad, que se sentía rico. Recuerdo, en la rueda del compartir, que un chico declaró cuando le preguntaron qué sentía: “Siento placer de que le vaya mal, y entiendo que esto es lo que me mantiene frenado, el odio que siempre sentí y me inculcaron en mi familia contra los ricos; en el fondo: pura envidia”. Se le agradeció su particular descubrimiento y recuerdo la reacción de nuestro amigo aparentemente “en desgracia”: “Tal vez yo me odiaba más a mí mismo que nadie. Por eso vivía como lo hacía”. Recuerdo sobre todo la sinceridad extrema de cada uno para consigo mismo. Y el poder respirar con amplitud a esa altura.    
En cada respiración inalterada por los sucesos externos, o alterada, pero con creciente conciencia de esa alteración, se abre paso el mundo de las potencialidades infinitas, ese mundo en el cual la medida de lo que sucede en mi entorno, es un nombre que yo le adjudico a ese mundo y a esos eventos.
En los sucesivos meses y sesiones, aquel hombre se inventó un nuevo modo de vida más a su medida y más sano para él y para los otros, algo en lo que se encontró cómodo y que realmente le gustaba desde siempre, abrió una pequeña cadena de comidas. La clave de la cadena era un elemento simbólico que a él sí lo removía, la cocina estaba instalada en medio del restaurante a la vista de todos los comensales, esto implicaba un gasto extraordinario en excelentes aparatos de extracción de humos con el objetivo de no saturar la ropa de los clientes con los aromas de la comida. Para él significaba muchísimo y cuando presentó el plan al grupo sus ojos brillaban de gozo, significaba que ahora estaba a la vista, que era transparente y que si un cliente se disgustaba con un sabor o se indigestaba con algo, él estaba allí para hacer frente y responder; algo que en su modo de vida irresponsable anterior nunca había experimentado. Todos recordábamos cuando vino por primera vez, y el maestro luego de escuchar atentamente su caso, le dijo “Muy bien, toma asiento y respira, de momento has logrado convertirte en un miserable y un farsante, vamos a ver qué sacamos de ti”.
Estas expresiones no le sorprendieron, no tenía nada que defender de su antiguo ego, el cual había decidido tirar a la basura junto con todas sus particulares creencias; aparte de que como “bussines man” estaba acostumbrado a llamar a las cosas por su nombre y no andarse con estúpidos rodeos. Algo que muchos de nosotros, hijos de la clase media asustadiza y veleta, deseábamos aprender: salir del continuo auto engaño.
Por esos días llegó a Barcelona Bob Mandel y en un glorioso taller me espetó a la cara el siguiente feedback: “tu estas en una actitud de autocomplacencia”. Yo me quejaba de no tener disciplina para conducir mi propia empresa. Me preguntó si alguna vez había trabajado para otros, como empleado, durante ocho horas, mi respuesta fue “no”, solo un par de ocasiones y nunca más de unos meses. Su terapia para mí fue que me empleara en una empresa de lo que fuera, e hiciera las ocho horas para aprender autodisciplina. Así me metí en un proceso que duró más de los tres años recomendados. Pero aprendí, entre otras cosas, además de los continuos engaños del ego, a trabajar por un bien mayor a mi humilde personaje quejoso, a hacer frente a las personas que vienen con malas intenciones y solo poseen como recurso esas aviesas actitudes. Aprendí a preguntarme en cada caso cual es el bien mayor, que a veces implica pasarlo mal durante un tiempo. Observé cómo mi ego indoblegable se rehusaba a participar. Se la pasaba diciéndole a todo el mundo que estaba allí por un tiempo por un motivo terapéutico. Es decir: estoy en este pantano pero no me voy a ensuciar. Y un día, cierto señor bastante desagradable me soltó a la cara: “sí, todos dicen lo mismo y acaban muriéndose aquí antes de jubilarse”. Qué golpes para un ego joven y sólido. Entendí en mis carnes aquella famosa frase de Gandhi en la cual dice que la mayor parte de las cosas que hacemos a diario son inútiles, pero hay que hacerlas. Y llegué a hacerlas con autentico disfrute. Mientras me preparaba y me preparaba sin cesar en las más diversas disciplinas espirituales y de coaching. Recuerdo que un día me encontré con el antiguo agente de bolsa. Me invitó a comer, le conté mi caso. Me dijo, me haces acordar a mi cuando no quería mezclarme con ciertas personas, no aceptaba que estaba donde estaba, y mientras no aceptaba que estaba donde estaba, no podía ver otros escenarios. Esto nos pasa, agregó, a quienes crecimos sin religión. No tenemos un hilo de sentido debajo que nos guíe, tenemos que recuperarlo o inventarlo. Pero no te preocupes, te veo bien y enfocado. Pronto verás que fácil es volar.
Aquel día di las sesiones que daba en mi consulta en casa, con renovado ánimo. Los clientes lo veían, porque me preguntaban si había recibido buenas noticias. Recuerdo aquella tarde vagamente nublada, como si hubiera estado todo el tiempo envuelto en una nube de algodón mullida que me protegía y me guiaba y me aportaba una consistencia de nuevo tipo.  Estuve en trance todo el día. No solo inducía trance en los clientes sino que yo estaba e un amable trance autoinducido; el estado ideal que recomienda Erickson para trabajar las veinticuatro horas del día.
No peleaba con mi vida, estaba de acuerdo en estar donde estaba, un momento de mi experiencia vital. La plena potencialidad.
Al día siguiente me esperaban agradables noticias en el trabajo: me despedían y me pagaban la justa indemnización por los años trabajados. Aquella cantidad de dinero que yo deseaba ahorrar para potenciar mi consulta me la entregaban las fuerzas de la vida multiplicada. Y lo más fuerte es que me di cuenta de que en el fondo no necesitaba para nada esa cantidad. Que igualmente podría salir adelante. Había aprendido a cambiar, a guiar el cambio en otros, por dramático que a veces pareciera, y poseía una ciencia o más bien un arte que en el futuro mercado en plena destrucción y reconstrucción iba a ser una de las profesiones más requeridas, algo para lo cual la enseñanza de acuerdo a fines y de acuerdo a pasos racionales, no tiene respuesta. La respuesta que Habermas, en “Las crisis del capitalismo tardío”, identifica como la falta de significado; lo único que las agencias estatales no pueden proveerle al individuo.
Este, el significado, nace en el núcleo exacto de la plena potencialidad.
Xalapeños Ilustres 88, Col. Centro Xalapa Veracruz. México
Tels: 2281 82 88 84 & 2281 78 07 00

jueves, 9 de noviembre de 2017

Los guiones y el sexo Eric Berne


Cada persona decide en su primera infancia cómo vivirá y cómo morirá, y a ese plan, que lleva en la cabeza dondequiera que vaya, lo llamamos su guion.
Su conducta trivial puede decidirla la razón, pero sus decisiones importantes ya están tomadas: con qué clase de persona se casará, cuántos hijos tendrá, en qué clase de cama morirá, y quién estará allí cuando lo haga.
Todos los tipos de guiones tienen sus aspectos sexuales.
Los guiones de “Nunca” pueden prohibir el amor o el sexo, o ambos. Si prohíben el amor pero no el sexo, son una licencia para la promiscuidad, licencia que aprovechan plenamente algunos marineros, soldados y viajeros y que utilizan las prostitutas y cortesanas para ganarse la vida. Si prohíben el sexo pero no el amor, producen sacerdotes, monjes, monjas y personas que hacen buenas obras, como la de criar niños huérfanos. Las personas promiscuas están continuamente atormentadas por la visión de fieles enamorados y familias felices, mientras que los filántropos sienten continuamente la tentación de saltar la valla.
Los guiones de “Siempre” están representados por las personas jóvenes que se ven obligadas a irse de sus casas por los pecados que sus padres les han incitado a hacer. “Si estás embarazada, vete a ganar la vida en la calle” y “Si quieres tomar drogas, hazlo por tu cuenta” son ejemplos de esto. Puede que el padre que arrojó a su hija en plena tormenta albergara pensamientos lascivos respecto de ella desde que ésta tenía diez años (¿diez? ¿ocho?) y el que echó de su casa a su hijo por fumar drogas se emborrachará aquella noche para aliviar su dolor.
La programación paterna en los guiones de “Hasta” es la más fuerte de todas, pues generalmente consiste en órdenes directas: “No puedes tener vida sexual hasta que te cases, y no puedes casarte mientras tengas que cuidar de tu madre (o hasta que termines la carrera)”. La influencia Paterna en los guiones de “Después” es casi tan clara como en los anteriores, y la espada suspendida emite los destellos de unas amenazas bien visibles: “Cuando te cases y tengas hijos empezarán tus problemas”. Traducido en acción, esto significa: “Agarra las rosas de la vida mientras puedas”. Después del matrimonio, se reduce a “Cuando tengas hijos empezarán los problemas”.   
Los guiones de “una y otra vez” producen siempre una dama de honor, y nunca una novia, una persona que se esfuerza mucho una y otra vez, y nunca acaba de conseguirlo. Los guiones de “Final abierto” terminan con hombres y mujeres mayores que pierden su vitalidad sin lamentarlo mucho y se contentan con recordar conquistas pasadas. Así como las mujeres que tienen estos guiones esperan ansiosas la menopausia con la esperanza de que solucionará sus “problemas sexuales”, los hombrs esperan hasta que se jubilan con una esperanza parecida de liberación de sus obligaciones sexuales.
En una esfera más íntima, cada uno de estos guiones tiene su relación propia con el orgasmo propiamente dicho. En guion de “Nunca”, desde luego, además de hacer solteronas y solterones, prostitutas y alcahuetes, también hace mujeres frígidas que nunca tienen un orgasmo, ni uno solo en toda su vida, y hombres impotentes que pueden tener orgasmos siempre que no haya amor, la clásica situación descrita por Freud del hombre que es impotente con su mujer pero no con prostitutas. El guion de “Siempre” produce ninfomaníacas y donjuanes, que se pasan la vida persiguiendo el orgasmo.
El guion de “Hasta” fomenta amas de casa acosadas y hombres de negocios cansados, ninguno de los cuales puede excitarse sexualmente hasta que la casa o el negocio están en orden hasta el último detalle. Incluso después de excitados, pueden interrumpirse en los momentos más críticos, para jugar a “La puerta del refrigerador” o al “Bloc de notas”, pequeñas cosas para atender a las cuales tiene que saltar de la cama en aquel mismo momento; por ejemplo, comprobar que la puerta del refrigerador está cerrada, o anotar unas cuantas cosas que se han de hacer antes que nada a la mañana siguiente en la oficina. Los guiones de “después” dificultan el sexo por recelo. El miedo a quedar embarazada, por ejemplo, impide a la mujer disfrutar del orgasmo y puede hacer que el hombre tenga el suyo demasiado deprisa. El coitus interruptus, donde el hombre se retira justo antes de la eyaculación como método de impedir la natalidad, tiene a ambas partes en un conveniente estado de nervios ya desde el principio, y generalmente deja a la mujer a mitad de camino si la pareja es demasiado tímida para utilizar algún sistema por el cual ella tenga satisfacción. De hecho, la palabra "satisfacción", que suele utilizarse para tratar de este problema en concreto, es un indicio de que algo va mal, pues un buen orgasmo debería ser mucho más sustancial que la pálida sombra llamada satisfacción.  
El guion de “una y otra vez” sonará mucho a muchas mujeres fracasadas, que van excitándose cada vez más durante el trato carnal, hasta que justo cuando están a punto de llegar al orgasmo, el hombre eyacula, probablemente con la ayuda de  la mujer, y ella vuelve atrás otra vez. Esto puede pasar noche tras noche durante años. El guion de “Final abierto” afecta a las personas mayores que consideran el sexo como un esfuerzo, o una obligación. Una vez llegados a la cumbre, son “demasiado viejos” para tener vida sexual, y sus glándulas se debilitan por falta de uso, junto con su piel y a menudo también sus músculos y su cerebro.
Ahora no tienen nada más que hacer que llenar el tiempo hasta que se enmohezcan sus conductos. Para evitar esa vida vegetativa, un guion no debería tener un límite de tiempo, sino que habría de designarse para durar toda la vida, por larga que esta fuera.
La potencia sexual, el empuje y la energía de un ser humano están determinados hasta cierto punto por su herencia y sus componentes químicos, pero parece que todavía es más fuerte la influencia de las decisiones de guion que él toma en su primera infancia, y las de la programación paterna que ocasiona estas decisiones. Así pues a la edad de seis años están decididas en gran medida no solo la autorización y la frecuencia de sus actividades sexuales a lo largo de toda la vida, sino también su capacidad y su disposición para amar.
Esto parece todavía más aplicable a las mujeres.
Algunas de ellas deciden muy pronto que quieren ser madres cuando crezcan, mientas que otras resuelven en el mismo periodo permanecer vírgenes o novias intocadas para siempre. En cualquiera de los casos, la actividad sexual en ambos sexos es objeto de la constante interferencia de opiniones paternas, precauciones adultas, decisiones infantiles y presiones y temores sociales, de manera que los impulsos y los ciclos naturales son suprimidos, exagerados, desfigurados, desatendidos o adulterados. El resultado es que todo lo que llamamos “sexo” se convierte en instrumento de un juego. Las sencillas conciliaciones de los mitos griegos, los gritos espontáneos que se oían en el Monte Olimpo, que forman la base de la versión original del guion, se convierten en los trucos y subterfugios de los cuentos populares, de manera que Europa se transforma en Caperucita Roja, Proserpina en Cenicienta, y Ulises en el estúpido príncipe que se convierte en rana.
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domingo, 22 de octubre de 2017

¿Por qué algunas personas tienen éxito con facilidad y otras no? Héctor D'Alessandro


¿Por qué algunas personas tienen éxito con facilidad y otras no?
¿Por qué a algunas personas les resulta fácil algunas cosas y otras no?
En constelaciones, si miramos de modo superficial, podríamos aparentemente “liberar” a la persona de una “lealtad”, por la cual no puede alcanzar determinados objetivos debido a que no puede superar a su padre o a su madre.
Siendo verdad en algunos casos, no lo es de modo total.
En la Escuela Internacional de Coaching de Xalapa, preparamos a nuestros alumnos en la visión del Análisis Transaccional y de la Hipnosis Ericksoniana, de modo que tengan una visión completa de cualquier asunto que les presente un cliente, y puedan así intervenir con precisión y éxito. Las constelaciones familiares nacen directamente del Análisis Transaccional, por su concepción y por sus métodos, y de la Programación Neurolingüística y la Hipnosis Ericksoniana por su modo de lectura corporal y la cualidad de la intervención.
Nuestra formación permite leer en el cuerpo y en la comunicación general de la persona qué tipo de “guion” está viviendo.
“Cada persona decide en su primera infancia cómo vivirá y cómo morirá, y a ese plan, que lleva en la cabeza dondequiera que vaya, lo llamamos su guion” (Eric Berne) y cuál es el “saldo del guion”, cuáles los mandatos que tiene la persona, y cuáles son los “requerimientos”  de ese guion. Cómo opera su “demonio” particular dentro del contexto del guion. Guion, requerimiento, saldo y demonio son componentes sustanciales de todo guion, son en realidad grabaciones visuales, auditivas y sensoriales que la persona experimento antes de los siete años, mientras su sistema nervioso funcionaba las veinticuatro horas del día en una banda de frecuencia de entre 8 y 13 Mega Herzios por segundo, que es el estado de trance conocido como estado “alfa” de la mente o estado de máximo aprendizaje. Ese periodo en el cual los niños parecen aprenderlo todo como auténticas esponjas. En esa edad, según dónde le haya tocado nacer al niño, este aprende que lo más importante en la vida es sacar buenas notas, otros que lo más importante es ser feliz, otros que lo más importante es oír atentamente lo que hablan los vecinos de nuestra familia para contárselo a mama, y así sucesivamente según sea la cultura familiar en que el bebé haya nacido.  
Un saldo de guion puede operar de modo que determina como ha de acabar la persona que es víctima inconsciente del mismo, ejemplo: “vas a acabar como tu tío” (alcohólico) o bien “Nunca llegarás a nada” (una predicción, negativa, para la vida del paciente), “Tu nos vas a matar a todos” —a disgustos, entiende la mamá, pero él o la bebe entiende literalmente y luego de adulto, según otros elementos de su contexto se convierte en un asesino múltiple o bien en alguien que trae la mala suerte y la gente se muere allá donde vaya o la acusan de haber matado a disgustos a alguien, aunque todo esto sea pura imaginación la persona lo vive como una realidad y los que hablan de la persona, totalmente atrapados en el guion, que tiene componentes colectivos, mientras lo afirman, se lo creen.  
Lo que habitualmente sucede es que los padres concluyen su actividad luego de pronosticarle un destino negativo o positivo a sus vástagos, echándole, al niño, una maldición del tamaño de “Sigue así y terminarás arrastrándote por las calles como tu tía” (prostituta)  y a continuación le dicen a los niños cosas como “Y no me mires así”, o “No te quedes con la boca abierta”, “No te quedes ahí como un pasmarote”, todos ellos mandatos altamente hipnóticos, puesto que son ordenes imposibles de cumplir, el cerebro no entiende ni sabe que hacer cuando le dicen que "no haga" alguna cosa, y sumergen al pensamiento y a la imaginación del niño en una laguna donde se graban más profundamente las maldiciones previas pronunciadas en voz alta y también algunos otros enunciados didácticos como “Anda y ponte las zapatillas que te vas a resfriar”, que se le dicen inmediatamente a continuación.
Entonces, los niños, que poseen una tremenda plasticidad antes de los siete años, graban esa información que está siendo depositada a diario sobre la superficie flexible de su joven cerebro. Imprime toda la información como si fuera la verdad y a la vez un mandato, y cuando llegan al saldo del guion, como en el caso de una clienta del propio Eric Berne, creador del análisis transaccional, no olvidan ponerse las zapatillas el día en que se tiran al río en un intento frustrado de suicidio. Si se convierte con éxito en un alcohólico, nadie se explicará por qué tiene siempre la boca abierta; si se hace prostituta, muchos se preguntarán por qué no habla nada con sus clientes. Y en cualquier otro destino, también muchos se entregarán a la inútil investigación sobre por qué siempre está con cara de pasmado.
Por este mismo motivo, un cliente puede pasarse la vida luchando contra el mandato de mamá o de papá, tu cásate bien, pero jamás con una judía; como el niño tiene bien grabado que debe casarse y su “demonio” que lucha por su supervivencia y que le hace tomar todo tipo de decisiones con las que pueda llevarle la contraria a esas voces de papá y de mamá lo conducirá directamente a casarse con una judía (o cualquier otro miembro de otra raza o profesión que los papás detesten), con la que, obviamente, le irá fatal y con suerte acabará divorciándose.
Al divorciarse, si tiene suerte, se sale del guion y entra en el Antiguion, es decir que pasa a sentar cabeza y hace caso de lo que “sabiamente” decían papá y mamá. Pero realmente nunca ha vivido.
Así, se pasa la vida, mientras llega la muerte, tomando decisiones erróneas que ni siquiera llega a tomarlas la persona. Con una constelación no se puede quitar ese sistema de toma decisiones; ese sistema se despotencia conociendo cómo funcionan los diferentes elementos que configuran un guion.
Cuando alguien está atrapado en un circuito sin salida en el que siempre recae, y vive una lucha interna de la cual no puede salir, como si diferentes personas discutieran dentro de su cabeza y en su corazón, no va a salir de ese infernal lugar con una constelación familiar.
Debe desactivar los componentes del guion que son en todos los casos procedimientos hipnóticos que se implementan sin consciencia en la infancia del niño o de la niña. Por ese motivo se quitan con procedimientos hipnóticos, pues así fueron instalados y funcionan en la mente y en el sistema de toma de decisiones de la persona en forma automática y totalmente inconsciente.
El problema es que muchas veces toda la familia está atrapada en el guion; el modo de supervivencia desde el cual experimentan lo que llaman “la vida” se parece para ellos, con bastante verosimilitud, a la experiencia directa de la vida. Un ejemplo que muy frecuentemente vi —aunque nunca traté a ninguna— en España es el caso en el que la mujer abandona al marido porque este le pega y la familia del hombre pasa a tomar a la nuera bajo su protección pero al mismo tiempo hablan con su hijo a fin de “reformarlo”, lo consideran un criminal más por el hecho de que ha permitido el divorcio que porque le haya dado unos golpes a la mujer; de este modo, logran “reconciliar” a la pareja y tiempo después ella aparece muerta. Todos logran lo que inconscientemente buscaban. Ese guion de tejido dañado se consuma y aunque luego haya grandes muestras de dolor, e incluso enfrentamientos entre las familias, forma parte de la herencia familiar del guion de la familia, pero no de la vida, a la cual no conocen.
En los fracasos económicos pasa algo similar: un cliente tiene un mandato terrible si realiza ciertas cosas, como asociarse con alguien de terminada edad o de cierta nacionalidad o del sexo contrario o cualquier otra alucinación colectiva de esas que las familias recolectan sin cobrar por ello a su paso por la vida. La persona va experimentando con sus empresas, pero no se da cuenta de que por ejemplo no tiene permiso, caso de que sea una mujer, para asociarse con un hombre de otra clase social o de otro nivel educativo porque en casa aprendió y se la mandató para que buscara hombres más manipulables. Las cosas salen mal y ella confirma lo que se pronosticaba en casa, el hombre que se asoció con ella por supuesto que también trae su guion complementario y experimenta la parte que a él le corresponde en la pequeña obrita teatral que juntos representan.
Así la gente se entrega a pasar la vida con alguien a quien ni conoce, porque dentro del estrecho margen que las maldiciones que de buena voluntad mamá y papá le enviaron, escoge aquella persona que justamente va a activar su guion. Una dama esbelta y medianamente inteligente se casa con un hombre que solo sabe trabajar y ponerle los cuernos, dice “amarlo con locura”; se le pregunta por qué escogió a alguien de tan bajo nivel intelectual que apenas logra hablar con mayor locuacidad que un perro, ella dice que la conquistó con la “bondad de su corazón”, una mentira, a todas luces, cuando lo dice aprieta las manos una contra la otra, mira al terapeuta de costado con gesto seductor, sonríe con la sonrisa conocida como “del patíbulo”, que en este caso viene a decir “me jodí a mí misma pero me da igual”, y estira las piernas articulando los tobillos de tal manera que retrae los pies. El demonio se ha salido con la suya; a su hija le aconseja que encuentre a un hombre que sea millonario y guapo e inteligente para los negocios, pero su hija aprende que su padre tiene el cerebro de corcho y lo ama, porque en definitiva es su papá, así que nunca encuentra un hombre adecuado. Está presa de la esquizofrenia de la madre, y a menos que logre mirarlo todo con honestidad, jamás encontrará un hombre y se sentirá a diario enojada y con el tiempo rencorosa, y despectiva, el labio hacia abajo la delatará en todas las reuniones.
Cuando se quita un mandato de este tamaño, curiosamente, la sinergia muscular permite que el labio se suelte del conjunto en que se encuentra atrapado y le devuelve, a la persona, la agradable sonrisa que merece y que perdió en algún momento de su pasado.
Imagínense el caso de una persona que tenga estos mismos mandatos contrarios, procedentes evidentemente de una familia bien intencionada, en el área de su economía. ¿Entienden ahora por qué hay tantas personas que trabajan en lo que no les gusta? ¿Qué tienen negocios que nunca funcionan y en los que se dejan la vida quejándose sin llegar nunca a tocar el cielo con las manos?
Ahora piensen en un tipo de casos que muchos de ustedes seguramente conocen, y es el de personas que se la pasan años o décadas en una relación sin significado, en un trabajo que los agota o manteniendo una empresa que no acaba jamás de salir adelante y no les aporta felicidad, lo han intentado todo, han probado con diferentes sistemas de pensamiento para adaptarse a la situación o bien para intentar salir de la situación, pero en todos los casos no ha resultado más que en eso: intentos. Y algunos de ellos, de pronto, por los motivos que sea, se salen del entramado de relaciones que esa situación implica, rompen la cárcel mental en que estaban inmersos y puede que incluso en su entorno, personas bien intencionadas, piensen que se han vuelto locos. A pesar incluso de las posibles amenazas del entorno inmediato, esas personas se aventuran a un vacío sin aparente significado que es el no estar más en ese contexto. Y triunfan. Triunfan de un modo que llega a asombrar a las personas más cercanas que los conocen. La sonrisa y el color vuelven a sus labios y a su rostro. La felicidad respira en todos sus poros, parecen disfrutar de un plus de vitalidad que al parecer les estaba negado. Están en paz. Ya no parecen aquella persona artificial y tensa que se parece más a un estridente y crispado cómic plano o a una suerte de payaso con respuestas automáticas antes que a un ser humano natural.
Estas personas se diferencian de aquellas otras que, tras dar el paso, parecen llenas de culpabilidad e ira contenida y entran en un vértigo de sucesos cada día más negativos que el anterior.
¿Qué ha pasado aquí?
Los primeros han salido del guion que los mantenía atados a una vida que tenía de tal solo el nombre.
Los segundos han salido de una versión del guion y se han lanzado a un Antiguion aún más tiránico e insatisfactorio.
Es frecuente el caso de mujeres que hartas de su marido deciden dejarlo, puede que concurran a algún taller “altamente empoderante” y saliendo de allí con una subida total de la adrenalina toman decisiones que no son más que del demonio que siempre está allí de guardia para precipitar a la persona al abismo. Al día siguiente, como si se saliera de una tremenda resaca, sobreviene el arrepentimiento y la culpa que arrasa toda posibilidad de razonamiento adulto. Vuelven al redil, porque en su sistema familiar el aprendizaje dice que una mujer no abandona a su marido hasta que la menor, o el menor, de los hijos no alcance la mayoría de edad.  Aún faltan algunos años para que ese evento se produzca, pero la mujer ha visto por un momento la luz y la posibilidad. Mientras tanto, enferma, a modo de moratoria mientras no llega el momento del pago final. Es decir que podía ser libre y triunfar como ser humano solo si se alcanza cierto plazo temporal en el cual se cumple cierta meta (la mayoría de edad de los hijos), como no hay información para vivir el tramo intermedio y la culpa destroza los nervios, la mujer permanece enferma durante años y cuando el último de sus hijos alcanza los dieciocho años, repentina y milagrosamente se cura.
Ahora, vamos a ver qué pasa con el otro grupo, el primero, esas personas que abandonándolo todo por la llamada de un canto de sirenas, triunfan de un modo que a los otros les parece envidiable. Ya habían alcanzado el plazo estipulado por el guion. Este es el caso más frecuente, tenían permiso para salir bien librados. Por eso un analista transaccional cuando recibe a un cliente debe, primero que todo, ver en qué momento del guion está la persona, porque si aún no tiene permiso para estar bien, puede incluso darse la vuelta y convertirse incluso en el gran enemigo del ingenuo terapeuta, esta es la fuente de la mayor parte de las denuncias o retiradas airadas de los clientes de las consultas de terapeutas inexpertos. El facilitador se cree a pie juntillas las palabras de esperanza que el cliente aparentemente deposita en su futuro y en la labor del profesional y no capta que le está enviando en realidad un conjunto de señales que dicen todo lo contrario. Desde “no podrás conmigo” hasta “solo la muerte puede librarme de esto”, pasando en medio por las constantes conversaciones inútiles que solo rozan el nivel intelectual (entre 8 y 14 megaherzios por segundo del cerebro) estado de vigilia de la razón consciente.
Ahora bien, cuando el cliente está preparado, la neurona se conecta, es el único caso en que el Maestro (interior) aparece de inmediato. Por eso, para tomar una decisión debemos conocer con precisión si el cliente ya tiene permiso en este momento de su vida. Cuando no lo tiene, recae y se castiga con un retorno a los viejos hábitos culpables. Si comía demasiado, ahora come más. Si ya no amaba a la pareja, se convence de que sí la ama y vive en una situación de auténtica división interna. Si se hacía cirugías estéticas, ahora se las hará de a tres por vez. Patas de gallo, nalgas y pechos a la vez en cada intervención.
Por todo esto, nosotros realizamos una intervención multidimensional, que permite al cliente lanzarse al río de su felicidad con seguridad y sabiendo de antemano por todas sus propias señales neurofisiológicas, que ahora sí, es su momento para nadar en el río de la libertad.   
Los invito a estudiar Análisis Transaccional con nosotros en la Escuela Internacional de coaching de Xalapa
Héctor D’Alessandro
Escritor y coach
Infórmate ahora en los teléfonos 2281 82 88 84 y 2281 78 07 00

jueves, 19 de octubre de 2017

De la sabiduría de los idiotas, tradición sufí. Héctor D'Alessandro

En cierta ocasión, un alumno lleno de juventud y ambición, de los que se creen más listos que todos, se acercó a la escuela de Nasrudin; comenzó sus estudios, meditaba y aunque se distraía, el maestro lo alentaba poniendo el acento en los breves momentos en que lograba una intensa concentración, con el objetivo de que esos instantes crecieran y se estabilizaran. Notó, su larga experiencia le impedía no darse cuenta de ello, que el alumno tomaba estos intercambios de motivación como premios que se iba poniendo en el pecho. Su respiración henchida en esas cortas interacciones lo delataba; estaba deseoso de salir de la escuela cada fin de semana e ir a mostrar a su barrio todo lo que había aprendido y mostrar sus capacidades a los neófitos.
Muy pronto, los neófitos le pidieron que les enseñara a ellos esas habilidades nuevas que poseía y se puso manos a la obra de inmediato, con gran intrepidez, a hacerlo. A la  salida de cada clase se iba a repetir la lección ante su discreto auditorio. Incluso se ponía a imitar a Nasrudín, momentos en que todos reían juntos, como si se tratara de una gran gracia.
Pero, pasaba el tiempo y el alumno cada vez sabía más y cada vez quería y admiraba más y más a Nasrudin. Se sentía como un traidor y esto perturbaba sus meditaciones y afectaba de un modo notorio su actividad, tenía cara de sueño en plena tarde y no descansaba por las noches. Sus alumnos, por las cuatro monedas que le daban, le exigían con acritud más y más enseñanzas, y el malhumor crecía en ellos al ver que no podían alcanzar ni por asomo las capacidades de su pequeño maestro improvisado.
Este se amargaba, asimismo, inmerso bajo la ola de opiniones de su séquito, un grupo al que cada día detestaba más y más; sólo hacían que preguntarle “Y ¿Nasrudín, tu maestro, está casado? ¿Y no utilizará por casualidad algún instrumento mágico para la enseñanza y no te das cuenta? ¿Y no utilizará algún hipnótico truco que tu desconoces para enseñarte y tú eres tan tonto que no lo captas?
Esto último lo enardeció más que todos los otros comentarios; imagínense, ¿cómo iba a ser él un tonto? Y la misma ambición y ceguera lo convencieron de la versión en la cual él salía mejor parado. Claro, se dijo, delante de su séquito de alumnos intratables y chismosos. Eso es, tiene una vara con la cual nos enseña y la agita delante de nuestros ojos en todo momento, ahí está la clave. ¿Cómo no me di cuenta antes?
Todos lo alabaron y le dijeron que era muy inteligente y brillante.
Y él se lo creyó, pero sintió paralelamente como si algo no acabara de pasarle por la garganta. Esa noche no durmió, y se la pasó planificando como robar aquella vara mágica.
Antes de que amaneciera, salió de su casa y sigilosamente se fue a la escuela de Nasrudin y con gran sigilo se dirigió a la sala de clases, donde robó la vara mágica.
En ese momento comenzaron sus tormentos. ¿Cómo haría para ejercer su maestría, ahora que tenía la clave de todo, en el mismo pueblo?
Debía marcharse, atravesar el desierto y afincarse en una nueva población donde nadie lo conociera; pero dejaría atrás a su séquito de alumnos bochincheros y chismosos.
No le importaba, con su vara mágica encantaría multitudes y ganaría grandes fortunas; además, aquellos alumnos, si bien lo pensaba —y lo pensó— se olvidarían de él en dos días; es más se reirían de él; esto le dolió. Sintió rabia y odio contra ellos, que le hacían perder tantas y tantas noches en las que había estado descuidando su propio entrenamiento, desgastándolo con preguntas simples y abusivas, íntimas, chocantes y vulgares, y al final de la noche siempre se sentía vacío y falso como las sonoras risas de aquellos inconscientes.
Por un momento, pensó incluso en volver de inmediato a la escuela, al amanecer, confesárselo todo a Nasrudín y comenzar de nuevo desde cero. Atisbó durante un brevísimo segundo que aquel hombre lo comprendería y a partir de allí subirían un gran escalón en el aprendizaje. Pero su ego pudo más y se largó antes de que el sol cubriera todo con su manto dorado y se enfrentó al desierto.
Pasaron quince años de altos y bajos; averiguó incluso que en una escuela muy lejana en el país del norte, donde la gente tiene los ojos muy rasgados, se enseñaba que una falta cometida en tu nación te condena por karma a estar una generación fuera del lugar, y una falta de despecho contra tu nueva nación, a otro tanto en ese nuevo lugar.
Trabajo en los más diversos oficios y cada tanto tuvo, durante un tiempo algún alumno; antes de que pasaran los primero tres años, abandonó por completo el uso de a vara. Comprendió, trabajando como zapatero sin desearlo en su corazón, rabiando todo el día en contra de su propio oficio pero sin poder abandonarlo, que no se trataba de los instrumentos que uno utilice sino de cómo los utilice y que daba lo mismo que se tratara de una vara o de un martillo.
Cuando se cumplieron aquellos quince años, y sin haber logrado gran cosa como maestro espiritual, un día inspirado, al asomarse a la puerta de su casita, miró al horizonte y sintió que su patria lo atraía nuevamente. Calculó cuanto tiempo había pasado y que edad tendría ahora Nasrudín y determinó que bien valdría la pena volver y llevar a cabo aquel acto, quizás osado, que desde hacía varias noches lo acosaba en sueños.
Atravesó el desierto y llegó a su patria a lo largo de muchas jornadas, llegó hasta la casa de Nasrudín, rodeada de multitud de alumnos serviciales y llenos de vida que trajinaban arriba y abajo. Atravesó aquella masa humana valiéndose de su edad y llegó hasta las primeras filas, donde atentos alumnos escuchaban las lecciones de aquella tarde, el maestro parecía más viejo pero su sonrisa era mucho más acusada. No detuvo su parlamento por su presencia aunque le dedicó una mirada.
No pudo aguantarse, se acercó a la primera fila, buscó un modo de abrirse camino, se acercó al ámbito del maestro y dejó delante suyo la vara que tantos años antes se había llevado; éste sonrió y señalando con una mano en toda su extensión un lugar de las primeras filas pidió con el gesto que le hicieran un lugar en aquella zona.
El alumno se sentó en aquel sitio, se arrellanó, se puso cómodo y se dispuso a escuchar, a dejar al fin que las palabras hicieran su efecto en todo su cuerpo, en su conciencia. Respiró entonces sin ninguna expectativa; aquel estado, ahora lo recordaba, sobre el cual la voz de Nasrudin tanto y tanto insistía y parecía que solo ahora por primera vez estuviera oyendo esa recomendación tan y tan repetida.
El maestro en ese momento decía:
—Todo sucede en el momento exacto, justo ahora me venía bien esta vara para explicar lo que a continuación voy a detallar. Hablábamos acerca de cuándo es conveniente continuar la enseñanza y cuando abandonarla, de cuando retornar y cuando uno sabe que realmente está preparado. Hablábamos también de que el vínculo entre el maestro y el alumno no se pierde porque la naturaleza de la vida continúa enseñándote y estés donde estés, con los conocimientos intangibles que aquí absorbes, continúas aprendiendo. Algunos tardan más en bajarse del burro del ego, otros tardan menos, pero al final, todos nos encontramos en el camino. Y aunque no lo sepamos, en el camino estamos, pero no porque cabalguemos en un jamelgo o porque lo hagamos en un lujoso carruaje sino por cómo manejamos la conciencia durante el trayecto. Entonces, como iba diciendo.
Héctor D’Alessandro
Escritor y coach. 
Escuela Internacional de Coaching de Xalapa

jueves, 12 de octubre de 2017

Lo que Puigdemont reveló sobre la "democracia" española ante mil cámaras de 126 países


Lo que Puigdemont reveló sobre la “democracia” española ante mil cámaras de 126 países.

Mi prima Lourdes siempre andaba en busca de un novio y consultaba con mi madre a ver qué le parecían los candidatos que encontraba en el camino; de oír los juicios de mi madre se me formó un juicio sobre los hombres. Sé positivamente que si mi prima Lourdes le hubiera presentado al rey Felipe VI de España, mi madre le habría dicho a mi prima, no te cases, ese hombre te amargará la vida, no ves que es un autómata, ni siquiera sabe quién es él mismo y su voz ni siquiera es su propia voz; sé positivamente que si mi prima le hubiera presentado a Rajoy, mi mamá le habría dicho ese es un castrado, ni hombre es, no oyes los gallos que emite su voz, y la pone aguda, es de los que rápidamente llaman a la guardia, ay, socorro, me han mirado mal, agente, intervenga. Ni hombre es, es una especie de mutante que ni ideas propias tiene, habla a través de él un conjunto de voces que se arrastran raspando el suelo entre ataúdes. Si mi prima Lourdes le hubiera presentado al presidente Puigdemont, yo sé que mi madre le habría dicho: ay, este me cae bien, es simpático, cásate con este, te hará reír y tiene dulce la mirada.
El otro día lo miraba en la computadora mientras oía su discurso, un discurso extraordinariamente bien ordenado, declarando y luego suspendiendo la independencia, y pensaba en el extraño caso que se estaba dando por el cual todo el planeta, ciento veintiséis países, lo estaban escuchando. Más de mil medios de comunicación puestos allí para transmitir su mensaje. Creo que desde la olimpiada creada por otro gran hombre simpático divertido y creativo, Maragall, nunca había estado puesto el foco en Barcelona, de manera tan contundente. Mil cámaras de ciento veintiséis países puestas allí para un hombre a quien sus enemigos, algunos que han corrido a palos a rumanos por las calles mientras ejercían el cargo de alcalde de una ciudad, acusan de nazi, y de racista; a este hombre que se casó con una rumana; este hombre al que acusan de golpista los mismos que cada día desde hace años están dando un golpe suave y sigiloso pero que va sembrando dolor por donde pasa y que tiene como objetivo final el desmantelamiento de todas las libertades. Lo veía y me preguntaba cómo se llega hasta ahí, qué conjunto de sincronías lo pusieron allí, como protagonista del momento más televisado de la historia del reino de España. Extraño hado el de un revelador de los secretos. Alguien que, al fin, rompiendo el velo de silencio y de mentiras con que se recubren nuestras miserables y merdosas democracias occidentales, que atacan, bombardean y matan poblaciones enteras en los países que tienen petróleo, revela la triste verdad del maltratador a quien sus vecinos por fin ven en plena actividad. Sí, al fin todos los vecinos que no querían ver el espectáculo acaban viéndolo. El amable doctor y correcto ciudadano de verdad le jalaba de los pelos a su joven esposa. Era verdad que España, de puertas adentro maltrata desde hace siglos a buena parte de sus ciudadanos. Recuerdo a mis amigos de Guinea Ecuatorial, cuando me contaban cómo los maestros españoles les hacían cargar, por hablar su idioma y no el sacrosanto español, una latita cosida al jersey y dentro su propia caca recién hecha, a modo de castigo. Ayer nomás, en la década del setenta. Pues sí, este hombre, Puigdemont, ha llegado a la cima de la montaña y ha difundido a diestra y siniestra que vive en un país en el cual hubo cuarenta años de dictadura fascista. Así como lo oyen, y resulta que nadie parece haber oído eso entre el gremio de los amaestrados periodistas; sólo han oído la parte del gol que parece que dio en el poste. Pero desde fuera, al menos desde aquí, desde el continente americano, se escuchó, claramente, que explicaba cómo Catalunya, la región que él preside, se dispuso presta a colaborar para la reconstrucción de la democracia. Y que lo hizo con el objetivo de que eso fuera un punto de partida.    
Pero que al parecer para el resto del estado, aquello era el punto de llegada. Como que todo debía quedar atado y bien atado. Y la Constitución debía tener un carácter incomprensible de documento sagrado; al que lo toca, se le corta un dedo para que aprenda.
Luego, como es un hombre inteligente y preparado, como quiere toda suegra y como quería mi mamá para mi prima Lourdes, continuó desgranando, señalando con énfasis e insistencia que esto conviene destacarlo y subrayarlo, dado que hoy que todo el mundo nos mira, y, sobre todo, hoy, que todo el mundo nos escucha, creo que vale la pena volver a explicar”. Sí, Puigdemont sabe muy bien lo que hace; si mi prima Lourdes fuera su esposa o al menos su novia, seguro que al verlo tan comprometido a nivel internacional habría venido a tranquilizar a mi mama diciéndole: "Tú no te preocupes tía, que Carles sabe lo que hace. Mira, me he enterado que a nivel internacional cuando una nación o una minoría étnica nacional o sociocultural no es respetada por la democracia a la que pertenece, es engañada consecutivamente rompiendo los pactos que con ella se celebran, no respetando los acuerdos o pactos a los que se arriban, según dice un señor llamado Huffington, de la revista “Affaires Internationales” o algo así, la comunidad internacional deja de preocuparse por el interés en la soberanía territorial de ese estado y pasa a proteger el bien mayor que en este caso sería la seguridad de esa minoría acechada, como ahora lo están los catalanes”. Sí, así lo habría explicado mi prima, que para explicar las cosas es la mejor del mundo, o al menos del barrio.
Luego Puigdemont, que no sabe lo bonita que es mi prima, continuó explicando cómo el Estado español, rompiendo esa regla de oro que tanto venera la sociedad internacional, que es honrar los pactos a los que se ha llegado, sobre todo si están escritos, en el año 2005, con una mayoría del 88% del parlamento catalán que aprobó el proyecto de un nuevo estatut, y aquí, como sabía que allí estaban esas mil cámaras,  ah, cómo le gustaría a mi prima posar ante ellas, con un abrigo de piel, o bueno, dado que ese día hacía calor, le hubiera gustado llevar un vestido ligero. Fíjense ustedes, habría dicho ella, el 88%, y comprendan si no es una injusticia tremenda, hacerle laborar a un parlamento y a un pueblo depositar todas sus esperanzas en tamaño trabajo, con lo que cuesta redactar un Estatut, para que luego cuatro señores que huelen a colonia de esa asquerosa, Dandy, rancia como pocas y que se la echan para que no se les note el olor a muerte caminando con sus mil patitas por la piel que tienen, esa, vieja y gastada, mal aliento, malos pensamientos y un humor de perros, de personas que prefieren seguir oyendo las opresivas voces de los santos padres viciosos y farsantes que les siguen mintiendo desde el fondo de los siglos, digo. Para que esos cuatro momios te lo veten porque les hacen una llamada desde el Palacio Central de los Momios. Es rara la élite española, bien rara es, andan todos con caras de carajos todo el día y muestran la alta eficacia con cuatro ladridos destemplados y la apelación a unos valores que la gente ya no se atreve a confesárselos a sí mismos ni a solas.
El caso es que Puigdemont continuó repitiendo y señalando porque conviene hacerlo cuando mil cámaras te observan desde Sidney hasta Varsovia y más de cuatro abogados de estos que tienen una agenda telefónica de esas que, cuando se deciden a moverla, los pone en contactos con personas que con cuatro llamadas te monta un batallón de funcionarios poco burocratizados, tipo escuadrón de despliegue rápido para la defensa inminente de los derechos a punto de ser picoteados por cuatro buitres apolillados. Así fue que en Montevideo y en Tel Aviv, en Moscú y en El Cairo, la gente se enteró que en plena democracia española, cuyos personajes siempre actúan de qué están a la última, no se respeta casi nada, que son unos roñas y unos cochambrosos porque al Parlamento le dejaron crear un Estatut y luego los dejaron que lo votaran, luego, como para que la farsa quedara bien armada, dejaron que el pueblo lo aprobara, que es el último grito de la moda en las democracias occidentales en los últimos cincuenta años, y luego se lo tiraron para atrás aquellos señores malolientes que gastan anillos muy caros en unos dedos gordos como morcillas. Unos dedos con un extraño color entre rojo y avioletado que indica la proximidad del siguiente infarto. Imagínense en algunas zonas egoístas de la población, alejada de lo que es la autoestima, las risas que habrán cundido, sobre todo en Pakistan, que tantos inmigrantes tienen en España, vamos, se habrán partido el pecho de la risa al ver que a los mascarones de proa se les caían los cachos a pedazos.  En Dinamarca algo huele a podrido, querido amigo. Y en España también.
A continuación Puigdemont destacó, repitiéndolo también (a esta altura, mi prima, si fuera su novia, estaría seguramente teniendo dos orgasmos simultáneos y pensando que bien habla mi Carles) que en el año 2006 la población catalana aprobó ese Estatut y que votó el 47 %, esto tuvo buen cuidado en destacarlo, porque sabe que con esas cifras, según para qué, el falsimedia internacional te dice que fue un arrasar de votos o te dice que sólo votaron el 47%, sí, cuando en algún país de esos pobres que los alumnos de secundaria de Europa no saben ubicarlo en el mapa, gana las elecciones un candidato que no le va a vender el petróleo barato a ellos, siempre te ponen cosas como “sólo ganó por 77%” (¡Habrase visto que mierdas de democracias tienen por ahí!)
Bueno, el caso es que con el 47 % en el 2006 (se ve que ese año no había veda anticatalana) le dieron por bueno el Estatut a los catalanes, y, señaló que los votos favorables fueron incluso menos de los que expresaron ahora en el 1 de octubre de 2017; ahora ya lo saben, cuanto más palo se le da a la gente, más motivados se sienten para ir a defender sus derechos; es un método antiguo y empleado generalmente por la policía, por eso Mussolini, en una famosa frase de esas que colecciona el Rider Digest en sus citas citables, dice más o menos que antes que el homo faber fue el policía; o sea que el cromagnon el neandertal y todos esos otros seres humanos clavados contra un muro con una alfiler clasificatoria, nada tienen que hacer ante el ejemplar “homo police”.
Bien, para que vean señores que los infaustos acontecimientos en la vida de una comunidad no tienen por qué tener fin, van a saber a continuación, gracias a que el virtual novio de mi prima, lo comunicó al mundo, que el parlamento Español recortó el dichoso Estatut y luego cuando llevaba cuatro años aprobado, en 2010, volvió a recortarlo. Modificando así la voluntad popular, cambiando así lo que el pueblo había votado; para que se hagan una idea, como cuando el pueblo francés hace unos años votó que no quería ingresar a la Comunidad Europea y luego el parlamento, casi a puertas cerradas, un domingo a última hora, cuando a las familias que comen bien les entra la depresión viendo las películas horribles que en esa época se pasaban en ese horario, votó que los franceses sí entraban en la Comunidad Europea. Esto no lo dijo Puigdemont, pero el colegio de abogados que cada día se juega la vida y la libertad en alguna ciudad de Pakistan, deben haber reído bastante al pensar, “vaya, están peor que aquí”. O quizás pensaron algo del tipo: “y de qué se quejan, si aquí nos corren a palos todos los días, y como te descuides te meten un tiro en la cabeza”. Un pensamiento que a algún magistrado español de esos que usan la toga para taparse la boquita mientras eructan mientras se dejan corromper por el sistema, le vendría muy bien para decirle a algún reo: oiga no se queje que en Pakistan estaría bien jodido, que es un frase que queda muy bien dicha por un magistrado español porque hasta queda incluso cosmopolita, incluso aunque después por lo bajo le confiese a algún colega que no tiene “ni puta idea de dónde queda Pakistan”, y luego reírse a carcajadas, que es algo que ayuda mucho a la digestión.
Por si todo lo anterior fuera poco, Puigdemont agregó esta pieza imborrable, medida en todas sus partes y con una distribución de sus conceptos y sus efectos encomiable hasta por loro constante de Gracián: “Los últimos siete años han sido los peores de los últimos cuarenta: laminación continuada de competencias a través de decretos, leyes y sentencias; desatención y desinversión en el sistema básico de infraestructuras de Cataluña, pieza clave del progreso económico del país; y un desprecio hiriente hacia la lengua, la cultura y el modo de ser y de vivir de nuestro país”.
Gracián se levantaría de su tumba para protestar por este atentado a la cultura; Gracián también sufrió la persecución de la eterna Inquisición Española.  
España, país detenido o frenado en el tiempo, mordido en su avanzar por infatigables cadáveres que se resisten a morir, mientras otros injustamente muertos se niegan a no ser encontrados. Solo Camboya que también estaba mirando por la tele al señor Puigdemont, la supera, a España, en desaparecidos y ejecutados junto a las cunetas.
Luego de este momento tremendo, se largó a explicar Puigdemont, que no es novio de mi prima, conviene aclararlo para no ofenderle el honor a nadie, toda la historia de imputaciones contra cargos públicos por llevar adelante actividades políticas. El señor Mas, ex presidente de la Generalitat, Irene Rigau, Joana Ortega, todas personas que se les dañó en su vida política y  civil de maneras que ni Mao Tse Tung le destinaba a algunos de sus conciudadanos. Se intenta dejarlos sin bienes ni modo de ganar dinero para el vivir diario, o sea, la muerte en vida cuando uno no tiene amigos. Se ve que los muertos andan vengativos en España, peores que Pedro Páramo, padre. Se andan chingando el destino de los vivos, por puro vengativos.
En fin, que el mundo se vino a enterar que España es un país que tiene una democracia de mierda donde a la gente se le hace de todo y se le quitan todos los derechos y se la jode hasta el punto del sufrimiento más espantoso. Pero eso lo piensan, dice mi prima, porque son ignorantes, porque sin ir más lejos, en agosto de 2001, en Finlandia, le dieron, porque la Comunidad Europea no quería darle, el estatuto de refugiado a un ciudadano de Detroit, pueden ustedes comprobarlo en las hemerotecas, porque la policía de esa ciudad se la pasaba todo el día haciéndole la vida imposible y sacándole dinero para sus vicios, como la de Barcelona en la época en que se dedicaba a extorsionar locales muy famosos al punto de llevarlos a la quiebra. Le cobraban a la sala aquella el 75 % de la recaudación, como va a funcionar un negocio, así, dice mi prima, que se lo sabe todo sobre la vida nocturna de las grandes ciudades.
 A continuación y para rematar, Puigdemont explicó que al ex presidente Mas, le quieren cobrar más de 5 millones de euros, en Pakistán deben alucinar y, realistas, deben decir: “no quieren que pague, quieren que se quede en la jaula para siempre”, que es lo que pensaría cualquier personas no viciada ni intoxicada por el parloteo vacío de las miserables democracias occidentales y europeas.
Y nada más mencionar eso, se adentró en el momento actual: la detención de los dieciséis altos cargos del día 20 de setiembre, la solicitud que se ha hecho de que se condene a la gente por delito de sedición, con lo cual les caerían unos quince años a cada uno. Pensarán que así la gente se olvida y deja pasar por alto un agravio, justamente ellos que cada año reciben con la sonrisa torcida a los descendientes de la colectividad judía que expulsaron en el año 1492, un año con mal feng shui para mucha gente. Y esos descendientes vienen con la llave en la mano de la casa que el Estado español les quitó en Girona en Castilla, en Valencia, en todos lados, y les reclama, dale que te dale, y ellos saben que los judíos son constantes, mira luego de casi dos mil años como reclamaron la tierra de donde fueron expulsados hace tanto tiempo. Vaya si lo saben, lo saben hasta el punto de que el propio Rajoy les dio la ciudadanía gratuita a todos los que pudieran demostrar que fueron expulsados en 1492.  Aun teniendo ese contundente ejemplo piensan que la gente con quince años de nada se va a quedar conforme y tranquila y no va a reclamar nada. Tan locos, diría Lourdes, mi querida prima, cuyo matrimonio con Puigdemont, mi mamá habría aprobado de inmediato.
Y para terminar, Carles Puigdemont nos recordó el indigesto discursito del rey de España que en calidad de árbitro pacificador los amenazó con darles de palos a todos, de palabra e icónicamente, de gesto no, porque sus gestos, sobre todo esas tres recolocadas de hombro demostraron a las claras, y mi prima que sentía que se le secaba la boca mirándolo hablar, que el cargo le queda grande y que le quedan cuatro telediarios en el mismo. Ella dijo una frase lapidaria que invariablemente resulta palmariamente condenatoria; cada vez que la ha pronunciado ha caído algún muro de Berlín, ella dijo: “Este tipo acaba de re cagarla”.
Bueno, a él por suerte no lo vieron mil cadenas de televisión del mundo porque entonces habrían pensado incluso peor acerca de España. Sólo fue programación local. Si la gente lo ve, es solo porque Carles Puigdemont, con la promoción que alcanzó, al mencionarlo, habrá conseguido que todos los espectadores del planeta miraran, como dijo mi prima, al cara de culo ese que habla con la voz de pito de un niño malcriado con permiso para empezar a exterminar gente.
Bien, hasta aquí llegó el pasaje, ese fue el parrafo en el que Puigdemont le contó al mundo, con esa cara de tipo divertido que tiene, que alegraría a todas las mujeres amorosas, tiernas y cariñosas como mi prima, el rosario de la aurora que implica la vida en la democracia española.
Nadie lo quiso escuchar, pero lo escucharon, puertas adentro de la democracia española, y rápidamente se apresuraron a centrar la atención del público en que según ellos, solo según ellos, no se sabe qué declaró. Eso es fácil, mi prima se los puede explicar, miren, es fácil: primero declaró la independencia y a continuación la puso en suspenso, eso quedó clarito. Pero por motivos políticos, los políticos perezosos y vulgares como Rajoy fingen que no entendieron, una marca de la mediocridad. Miro a Puigdemont en la pantalla y le agradezco a la vida que mi prima nunca lo haya conocido, ni se haya enamorado de él, porque España cada tantos años suele destruirle por completo la vida a los tipos osados y creativos que tienen la alegría de vivir en los ojos. Ojalá esta vez me equivoque, dicen que Human Rigths Watch está en camino, pero me parece que los momios están saliendo de la cripta, ya se oye el sonido de las crujientes bisagras.
Héctor D’Alessandro
Escritor y coach, residió veintidós años en Barcelona, Catalunya